La Casa Graña da Acea llevaba casi cuatro siglos escondiendo secretos de familia entre sus muros. Los descubrieron las hermanas Marita, Cruz y Teresa Fernández Graña cuando decidieron convertirla en casa rural. En las labores de rehabilitación encontraron documentos, fotografías, contratos y cartas de sus antepasados. La historia de varias generaciones salía a la luz y hoy está expuesta en la casa, para disfrute de sus visitantes.
Un pasado latente
Las historias de Cosme, Alexandro, Merexildo, Martín o Salvador da Graña probablemente hubieran desaparecido de los anales de la memoria si no hubiera sido porque las hermanas Fernández Graña, en el verano de 2002, decidieron convertir esa casa familiar que llevaba diez años deshabitada en un alojamiento rural.
Armadas con guantes atravesaron la puerta de entrada. Estaban dispuestas a enfrentarse a polvo y telarañas pero no podían sospechar que más allá de todo ello estaban escondidas preciosas historias familiares, que permanecían inmóviles en el tiempo, como esperándolas.
La casa estaba llena de muebles artesanales, probablemente hechos con maderas propias de quienes en su día la habitaron. Madera de castaño y roble del monte familiar, que fue trabajada con el mimo que requería el mobiliario de antaño. Alacenas, cómodas, secreteres y armarios hechos a mano y repletos de arcas y cajones. Y allí, sobreviviendo al paso del tiempo, decenas y decenas de papeles, documentos, litografías y contratos. Una documentación intacta, esperando que alguien acudiera a rescatarla. El fiel testimonio de una familia centenaria.
Documentos de cuatro siglos
Si las labores de limpieza eran difíciles en sí, más ardua era la labor de decidir si cada uno de los antiquísimos objetos encontrados debía permanecer en la casa. Al final, las hermanas Fernández Graña tuvieron que rendirse a la evidencia: era imposible tirar nada.
El documento más antiguo encontrado databa de 1644. Fue la constatación de que la casa tenía, al menos, cuatro siglos. A partir ese año todo se conservó de una forma tan precisa que apareció prácticamente intacto casi cuatrocientos años después. Es fácil imaginarse la emoción de las tres hermanas a medida que iban descubriendo documentos. Recuerda Marita que iban diciendo en voz alta las fechas de aquello que iban rescatando: “éste es de 1790”, “aquí hay uno de 1812”, “mirad éste de 1830”…
Al principio, era inevitable sentarse a leer todos los documentos con detalle, en el mismo momento de su aparición. La curiosidad podía más que la premura por adecentar la casa para construir un sueño. Pero la lectura entorpecía tanto las labores de limpieza que las hermanas pasaron a leer los documentos tan solo por encima cuando los encontraban. Y decidieron que todo el material fuera archivado para ser revisado posteriormente en profundidad y más tranquilamente.
Sin embargo, había una cosa que era imposible dejar para después: esas cartas familiares que escondían secretos inconfesables. Misivas que reflejaban amores, desamores, deseos y perseverancias, y que constituían un fiel reflejo de cómo era la vida por aquel entonces. Probablemente mucho más difícil, pero seguramente mucho más auténtica.
El magnetismo de Pedro Graña
Marita, Cruz y Teresa no daban crédito al tesoro que tenían entre manos. A través de los documentos encontrados pudieron reconstruir prácticamente todo el siglo XX de su historia familiar. Acontecimientos que giraban en torno a la figura de su bisabuelo, un hombre jovial y respetado por todos, con una personalidad arrolladora.
Para muchos Pedro, para otros don Pedro o tío Pedro, y para las generaciones futuras Pedro Graña. Sus iniciales, P.G. aparecieron bordadas en sábanas y grabadas en los cabeceros de las camas, en la cristalería y en la cubertería, en las servilletas y en los manteles, y hasta en el hierro de marcar el ganado. Haber sido alcalde y juez de paz es reflejo de su innegable magnetismo.
A Pedro le gustaba poner en marcha la gramola y congregar a amigos en torno a la mesa, en la casa o en el jardín, que luce en las fotos preciosos manteles y centros de flores blancas, con unos comensales de trajes oscuros y grandes bigotes, todos varones. Cándido Lens, Francisco Paz-Amado y Mariano Gómez Ulla quedaron inmortalizados en las litografías de Jesito, amigo de la familia y profesor de dibujo en los Maristas, Academia Galicia e Instituto Masculino de A Coruña en la primera mitad del siglo XX.
En la prosperidad del comienzo del siglo XX la casa se llenó de cuadros, libros, retratos y las primeras fotografías. Reminiscencias de una historia familiar que hoy adornan la casa rural y la hacen aún más auténtica.
Nueve reyes y una reina
Las nueve o más generaciones de la familia Graña vieron pasar por sus vidas a nueve reyes e Isabel II como única reina. En 1900, cuando reinaba Alfonso XIII, Joaquín Tenreiro Montenegro y Parada, conde de Vigo, vende por 575 pesetas a José Graña Sanmartín, según reza el documento encontrado, “la pensión de 1 carnero, 3 ferrados y medio de trigo y 3 acarretos”. La familia Graña podía por fin agrupar seis hectáreas de propiedad.
También es muy curiosa una transmisión de bienes legitimizada en tiempos de Alfonso XIII con 50 céntimos de peseta: “un banco de castaño, una manta usada de lana del país, un cobertor de lana de Castilla, una camisa de lienzo y estopa, una vaca teija de diez años y otra vaca puesta a aparcería, capitalizada en 125 pesetas”.
Gracias a los documentos se pudo saber cómo era la casa, ya que en tiempos de Fernando VI Cosme da Graña y María, su mujer, pagaron 10 maravedíes en papel timbrado para redactar una preciosa descripción: “dos puertas, tres ventanas de cantería, cocina y horno de cocer el pan…”.
Pasado y presente
¿Qué dirían los varones de la familia si vieran a las tres mujeres gestionando la casa familiar como alojamiento de turismo rural? Probablemente quedarían encantados de ver a toda la gente que hoy acoge, como un reflejo de antaño. Marita, Cruz y Teresa están convencidas que sus antecesores sonreirían satisfechos al ver cómo se ha conservado la casa, con sus muebles y sus recuerdos. Todo ha sido rescatado del olvido y cuidado con mimo.
Cuando acuda a visitar la Casa Rural Graña da Acea pregunte sin miedo quién está detrás de cada fotografía, cada cuadro, cada objeto y cada inicial grabada. Todo ello parece haberse conservado para dar gusto a quien realmente sabe apreciar el legado de un pasado rescatado del olvido. Documentos anclados en el tiempo que cuatro siglos después dan sentido a los muros de una casa pensada para disfrutar.
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